Enredadera (1992)

Por el pasadizo del tiempo diré lo que soy y lo que he sido, dos contrarios, dos presencias de luces que no se van jamás, las luces del jardín que iluminaron las noches de la infancia, nuestras reuniones secretas: eran la reminiscencia de la fiesta, de la primera fiesta que quise hacer un día y cuando mi padre me llevó una tarde gris, sin luz pero hermosa por sus claroscuros a la ferretería para comprar los focos de colores que colgarían para siempre en la enredadera, como un enorme árbol de navidad, en los que yo me quería esconder en el rincón para perderme entre las ramas, el musgo y las esferas, en donde cada luz era la puerta de un nuevo mundo de rincones, destellos y secretos, y quería colgar de una rama, desaparecer, o vivir siempre como una luz, siempre presente, siempre como testimonio de algo que nunca supe lo que era pero que era importante que existiera; el final de una fiesta, cuando ya nadie salía del patio y todo había quedado allá afuera, iluminado sin que nadie lo viera y que por eso, al salir yo de niño, me parecía mágico y triste, porque de alguna manera intuía que estaba en un lugar que nadie veía y que era como si no existiera, y que estaba yo, pero a veces yo tampoco estaba, no me consideraba espectador ni testigo ni nada en especial, mientras que otras veces sí me daba cuenta que yo era el único que sí estaba ahí y que era el único que podia salvar esa visión al mundo y eso me hacía sentirme importante, y desde entonces el jardín fue un lugar a donde siempre iba en momentos especiales; varias noches sentía que debía de ir al jardín después de cenar y salía a la terraza donde estaba el enchufe oxidado y mohosos que Papá había instalado hacía varios años y siempre me sorprendía que sí servía y que las luces de colores del jardín aparecían de entre su escondite de la enredadera, como si hubieran estado esperando ese momendo desde antes, pero siempre escondidas para aparecer de nuevo la siguiente vez, y allí llevé a mis amigos y los hice sentarse en el jardín para hablar de lo que creíamos eran los temas más profundos de la vida, pero nunca les expliqué que había decidido hacer nuestras reuniones secretas en el jardín porque ahí estaban esas luces que habían presenciado las cosas de mi vida; luego fui adolescente y sufrí como un tonto, enamorándome decididamente de alguien que nunca me quiso ni escuchar, pero eso es otra historia—sin embargo yo me afectaba a mí mismo, y en una mezcla de orgullo por mi creencia que el ser romático es una situación artística favorable y el dolor deseoso del mismo enamoramiento ávido, me consumía a mí mismo en pensamientos, sufría días enteros frente al teléfono, pero más que nada iba al jardín, y a pesar de ser tan cursi jamás hablé solo ni con las cosas, sino que mi conversación en el jardín era una caminata en círculos cuando regresaba de la escuela y aún había sol proyectado en el pasto; conforme avanzaba el día, la sombra del techo se iba comiendo al sol hasta que de pronto solo quedaban unas manchas en la enredadera y luego nada, pero después de comer corría al jardín porque tenía que llegar en el momento en el que aún había sol porque eso me recordaba al momento de la salida de la escuela , cuando el patio estaba bañado de sol y en los que yo desesperaba de nervios, proque todos los días sin excepción yo me juraba que finalmente le iba a hablar a la niña que me gustaba, pero nunca lo hacía y además del dolor de estómago causado por el nerviosismo sentía no frustración pero sí una especie de tristeza profunda por mí mismo, una autocompasión que a veces me irritaba pero que nunca pude abandonar del todo, y a la salida, cuando ella ya se había ido, y mis amigos también, y quedaban los patios vacíos, llenos de sol que yo también recorría, y que como el jardín me parecían como la página donde se había escrito una historia pero que de pronto se había borrado y había quedado luminosamente en blanco, solo con la reminiscencia de mi memoria y en las fotografías de los anuarios de la escuela, y luego, cuando regresaba en el coche que me recogía con el calor infernal de los tránsitos de México, pensaba cómo todo desaparecería, hasta mi compasión por esos momentos perdidos, que en realidad era lo único que era más o menos tangible, y al llegar a la casa el jardín era el único lugar a donde podía ir para sentirme más cercano a ella, y a veces buscaba en los anuarios de la escuela, los sábados por la mañana, para encontrar las fotos en las que ella estaba, y luego acababa viendo las fotos de mis hermanos de los años setenta y me daba cuenta de cómo en ellos estaban los mismos patios soleados, presentes sólo en esas fotografías que si yo hubiese sido pequeño me habría preguntado si no emanaban luz; pero lo veía todo perdido, y me asustaba cuando ellos decían que habían odiado la escuela y que estaban felices que todo eso hubiera acabado para siempre, y me preguntaba y me decía que yo no podia traicionar ese pasado, que se perdería para siempre si yo no hiciera algo por recuperarlo, porque no podia creer que esos patios soleados que el jardín soleado pudieran desaperecer con todo lo que había pasado en ellos, pero luego terminé la escuela, se vendió mi casa y nos mudamos a un departamento, y mi Mamá me convenció de dejar las luces oxidadas en la enredadera diciendo que ya no servían para nada y que me iba a electrocutar, sin comprender mi fijación por ellas, y yo tuve que ceder porque después de todo no sabía bien ni qué era lo que significaban para mí ni qué haría con ellas, de manera que el señor que compró la casa las ha de haber arrancado, porque aunque nunca regresé al jardín supe que habían pavimentado ahí y que todo había cambiado, y sentí como si se hubiera muerto un amigo lejano, y luego partí de México y pasaron muchos años sin que yo regresara, y es hasta posible que no regrese nunca; y ahora vivo en una ciudad donde los jardines son hermosos pero no son nada privados sino todos expuestos, sin chiste, detestables, y a veces veo una lámpara que ilumina los arbustos del jardín y pienso en las luces de la enredadera, y entonces me acerco a ese lugar y trato de esperar a que pase algo pero nunca pasa nada y pienso que no será mi luz de todos modos o que yo ya he olvidado cómo guardar secretos en los jardines

(1992)

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