Por un arte clandestino – conversación con Stephen Wright (2006)

ENTREVISTA CON STEPHEN WRIGHT / Pablo Helguera (parte 1)

[texto perteneciente al foro virtual de la Escuela Panamericana del Desasosiego, abril del 2006. Stephen Wright es filósofo y escritor canadiense residente en París.]

Pablo Helguera:
Stephen, hace unos años escribiste sobre las complejidades que rodean a la noción del “uso-valor” del arte, planteando la pregunta de si el arte podría escapar a su paradigma de representación para ir más allá del “explorar”, o “analizar” una cuestión política o social. (http://www.apexart.org/images/wright/wright.pdf).
En otro ensayo afirmas que “la cuestion de uso-valor radica en identificar una funcion universalmente genuina y específicamente exclusiva al arte”. Para mí, la pregunta del papel del arte en la sociedad se ha convertido en un tema más importante que nunca en este mundo post-9/11, y creo que debe de ser tratado. ¿En donde te posicionas ahora en términos de la “utilidad” del arte? ¿Cuales crees que son los atributos o características que debe de tener un arte que se involucre con las comunidades en una variedad de niveles? ¿O crees que el arte puede encontrar su utilidad al simplemente aceptar su papel convencional en el ámbito simbólico?

Stephen Wright:
Con respecto al preámbulo de tu primera pregunta: escribes que “el papel del arte en la sociedad se ha vuelto aún más importante en el mundo posterior al 11 de septiembre” ¡Qué afirmación mas contraintuitiva! ¿Tienes alguna razón empírica para creer tal cosa? A mí me parecería, al menos en la apariencia de los hechos, que el arte en sí más o menos ha dejado de jugar cualquier papel en determinar el destino de la esfera pública en donde se despliega. Digo “arte en sí” porque por supuesto lo que llamo “habilidad artística” (habilidades de generación de imagen, y atributos artísticos como autonomía, creatividad, inventividad, y la aceptación de la no-remuneración monetaria, estrategias discrepantes de talento, etcétera) han sido presas rehén y apropiadas por la racionalidad estratégica del capitalismo contemporáneo.

De manera que el arte ha visto aquello que solía ser específico a sí mismo ser sublimado a modelos de negocios, relación individualizada de labor y estrategias de publicidad—y en ese sentido, sí, su papel es más importante que nunca. Incluso los artistas de video como Osama Bin Laden hacen un uso sutil de creación de imagen que se anclan en la historia del arte reciente (si yo fuera historiador de arte, estaría muy atento a las decisiones que “Big Bin” ha tomado en sus varios videos: encuadre, fondo, decorado, etc. debe de ser analizado con herramientas de crítica de arte y vocabulario conceptual. Pero, admitámoslo, estos videos no son obras de arte autónomas, a pesar de su valor considerable de entretenimento.)

No, en mi opinión, el arte ha sido sublimado o marginalizado por la producción simbólica dominante. Y desafortunadamente no ha mostrado demasiada resistencia ante esta coerción. Por un lado, esto es debido a que ha buscado proteger sus privilegios simbólicos en la sociedad. Y aún mas importante, porque ha tratado de proteger sus privilegios ontológicos en el orden simbólico: el arte hoy, en gran medida, es performativo; esto es, porque el mundo del arte lo proclama como tal, a pesar de ser idéntico a “la mera cosa verdadera” como dirían los filósofos analíticos. Esta es la encrucijada con la que carga el dilema de uso-valor: al proclamar “esto es arte” uno también está admitiendo “esto es SOLO arte”— Y no aquella cosa corrosiva y merecedora de censura.

Para tener uso-valor, entonces, el arte tiene que renunciar al arte, o al menos, sacrificar su visibilidad como arte. El arte tiene que rendirse ante sí mismo. 

De manera que cuando hablas de público, esto es lo más lejos de lo que uno puede distanciarse cuando me refiero al arte cargado de uso-valor. Porque me refiero a una clase de arte sin obra de arte, sin autoría (sin ser firmado por artista alguno) y sobretodo sin espectadores o públicos. Es visible, público, y por supuesto visto—pero no es arte. De esa manera no puede ser descartado como “solo arte”, es decir, una trasgresión simbólica, de las cuales hemos visto tantas veces y cuyo objetivo es promover la postura del artista dentro de la economía reivindicada. 

Afortunadamente, hay cada vez más de esta clase de arte cargado de uso-valor. Lo denomino arte clandestino. Arte debajo del radar. Es el trabajo de agentes secretos (trabajando bajo diferentes paisajes ontológicos) y entes furtivos, quienes por definición nunca firman su obra.

Pero, en este caso, firmaré este correo!
Stephen.


ENTREVISTA CON STEPHEN WRIGHT / Pablo Helguera (parte 2)

Pablo Helguera:
Stephen, en el último InSite (un proyecto de arte público fronterizo en Tijuana y San Diego), la artista Judi Werthein introdujo un tipo de zapato denominado Brinco, el cual fue ofrecido como regalo para indocumentados del lado mexicano y fue vendido en las boutiques exclusivas de San Diego. (http://news.bbc.co.uk/2/hi/americas/4445342.stm).
El zapato fue anunciado como uno de los proyectos de InSite, o sea, un proyecto artístico. El proyecto funcionó a nivel práctico para los que cruzaban la frontera, y llamaba la atención al problema migratorio del otro lado. El hecho de que era “solo” un proyecto artístico no pareció disminuir el interés de la prensa, ni de los inmigrantes que obtuvieron los zapatos tennis. Posiblemente, el proyecto no prosperó como producto de mercado, pero argumentaría que el proyecto aún así tuvo bastante efecto sin abandonar su identidad como “arte”. Para los indocumentados que cruzaban la frontera, supongo que no importaba si el zapato era arte o no— lo único que les importaba seguramente era conseguir zapatos gratis. También se podría argumentar que el proyecto operó simbólicamente hasta cierto punto, ya que la empresa fue realizada a escala limitada. Pero la atención que recibió fue real, así como el intercambio social que realizó.

Mi pregunta a tí tiene que ver con tu afirmación de que el arte se desarma a sí mismo cuando se proclama a sí mismo como “arte” o (“sólo arte”). Mientras que creo que tienes razón que el arte tiende a aislarse a sí mismo, también tenemos la tendencia de menospreciar la respuesta del público, que muchas veces es sorprendente- y que, por lo general, no está bajo el control del artista. Considerando ejemplos como el que menciono, ¿no crees acaso que el uso-valor del arte radica no en el publicitar o esconder su identidad como arte sino en la respuesta efectiva del público?

De la misma manera en que las caricaturas danesas del profeta Muhammed han enfurecido a países enteros de musulmanes que no admiten la idea de que estos son “solo caricaturas”, ¿no crees que el arte tal y como lo entendemos hoy en día en el sentido convencional puede operar en el ámbito simbólico con efectos reales y sin necesidad de adoptar una identidad secreta? Y si no, ¿qué clase de cosas puede conseguir el “arte clandestino” que el arte como la obra de Werthein no puede conseguir?

Stephen Wright:
Estimado Pablo, puesto que trabajo como crítico de arte, no me es ajena la idea de que el arte puede tener “uso-valor” sin ocultar su estatus como arte o eliminando su visibilidad como arte. Y, para la gente que le gusta esa clase de cosas- es decir, los hermeneutas que van a museos y galerías- creo que se puede argumentar sólidamente que el arte altamente auto-reflexivo y cuidadosamente compuesto que se muestra puede realmente producir uso-valor a través de alterar las líneas divisorias de la cognición sensorial. 
Esta línea de pensamiento es seguida de la manera más persuasiva por alguien como Jaques Rancière, quien cree que la gente como yo estamos muy errados en tratar de darle eficacidad al arte (uso-valor) al intentar insertarlo en el mundo real como algo que no es. El arte no tiene por qué ser politizado, argumentaría él, de la misma manera en que la política no tiene por qué ser estetizada, porque tanto el arte como la política tienen líneas divisorias enmedio como lo tienen la música y el ruido.

Mi respuesta es que, mientras que sin duda esto es cierto para la élite, si el arte pudiera tener mucho efecto en el orden dominante de las cosas sin dejar sus espacios autónomos, ya lo sabríamos ahora. 

Fue una gran conquista para el arte el forjar, dentro de la esfera pública, espacios y tiempos autónomos (como los museos) para operar, pero hoy en día éstos se han vuelto más bien una manera de contenerlo, y al hacerlo, desarmarlo. Es sobre esta base que siento que el arte tiene que evadir los recursos de enmarcamiento del mundo del arte—y que muchos artistas hoy en día tienen esa intuición, aunque muchos tímidamente se alejan de tomar los pasos necesarios para conseguir una verdadera práctica de arte clandestino. A mi ver, esta práctica requiere el abandonar la obra, la autoría y el público.

Tu ejemplo me parece ser una especie de híbrido entre los dos, como si el arte tuviera el deber de retener su coeficiente de visibilidad artística, manteniendo un pie en el estribo del mundo del arte, mientras que a la vez dándole rienda suelta a sus aspiraciones de intervenir en el mundo real. Esta clase de acercamiento ofrece inevitablemente toda clase de trampas, y todas ellas tienen que ver con la dramática discrepancia del balance de poder entre la institución artística y la institución del estado de poder, entre el capital simbólico de los artistas y el de los inmigrantes. El proyecto que describes es un caso clásico de elevación de consciencia— utilizando al arte como recurso simbólico para llamar la atención a una situación injusta.

Realmente este proyecto tiene poco que ver con la propuesta que estoy argumentando aquí de que el arte alcance una identidad ontológica dual: tú mismo admites que el aspecto comercial no era tan real y podía solo ser sostenido por una inversión de capital proveniente del mundo del arte. Aunque la gente hablara del evento y de la problemática, su conclusión inevitablemente sería: esta artista y sin duda otros como ella están en contra de la política fronteriza de los Estados Unidos y simpatizan con los pobres inmigrantes. ¿Qué clase de orden semiótico va a alterar este proyecto? Pero es potencialmente peor que el verdadero ganador en este tipico embrollo de estética relacional sea inevitablemente el artista— ella es la única cuyo nombre mencionas (los inmigrantes son anónimos), ella es la única acumulando capital simbólico al hacer que el mundo del arte aclame su proyecto social o lo que sea. Los zapatos que ella les “dio” a los indocumentados no eran “regalo” alguno— eran una inversión de su parte, parte de una economía de intercambio simbólico y lucrativo que ella inició, administró, y en donde los que recibieron los zapatos simplemente jugaron un papel de participantes “invitados”.

Esta es una cuestión moral a la que la estética relacional raramente le presta atención— aunque por supuesto, no tiene mucho caso ponerse demasiado igualitario sobre estas cosas. Sin embargo, hay una gran ambiguedad en la comunidad de la estética relacional acerca de dónde radica el uso-valor del arte. El hablar de uso-valor es admitir que el criterio de eficiencia y efectividad ha sido tomado en consideración. Y es absurdamente ineficiente inventar tal proyecto si la finalidad es regalar zapatos. Similarmente, si la idea es atraer atención de la prensa hacia este proyecto, es ineficiente hacerlo en la forma de un proyecto artístico, puesto que puede ser descartado como sólo arte.

Siendo que el cruce de fronteras se basa en el control de identidad, me parece particularmente inapropiado que el arte proclame su verdadera identidad de una manera tan abierta en vez de buscar una relación mimética con la situación del indocumentado clandestino, y como ellos, disimular su propia identidad. El arte clandestino es como el indocumentado, como un agente secreto. De manera que ¿por qué el arte tan insistentemente rehúsa abandonar su visibilidad artística— aún siendo que al hacerlo tendría que la ventaja explícita de darle mayor uso-valor e incluso hacerlo mejor arte ( siempre y cuando hubiera adecuación de forma y contenido)? Sospecho que es debido a la constancia de la firma —es decir, la identidad ocupacional del artista—y por el tipo de reconocimiento que provee el mundo del arte, que siguen siendo la comodidad más valorada por la cultura empresarial.

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