Suite Getsemaní (2007)

Texto para el proyecto de sonido Suite Getsemaní, presentado para la exposición Car(agena) en el palacio de la inquisicion, Cartagena, Colombia.

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Está usted oyendo Radio Universidad Nacional Autónoma de México, 104.3 fm. Bienvenidos a esta edición especial del programa “Conservatorio de Lenguas Muertas”. Hoy es ocho de febrero del 2043.

Como parte de nuestra serie de historia de ciudades latinoamericanas, nuestro programa se centra hoy en la ciudad de Puerto Kissinger, Colombia, antiguamente conocida como Cartagena de Indias, y en particular uno de los barrios más desconocidos de esta ciudad, el barrio de Getsemaní, hoy también conocido como el lote 284.

Fundado en 1533 por Pedro de Heredia como Cartagena de Indias, Puerto Kissinger es una de las ciudades más antiguas de Colombia, así como uno de los principales asentamientos españoles de la Nueva España. Los esclavos africanos que fueron traídos a esta ciudad se asentaron en esta sección, que se encontraba fuera de la ciudad amurallada.

Getsemaní fue el primer arrabal de la Cartagena colonial. Por ese entonces, la isla –conectada al Centro por un estrecho donde hoy queda el Parque Centenario- no había sido poblada. Fueron los franciscanos quienes vieron que en sus tierras podían levantar un convento.

El nombre de Getsemaní se le atribuye a Juan Pérez de Materano, sacerdote y músico que bautizó al suburbio para rememorar el huerto donde Jesús fue a orar después de la Última Cena. A finales del siglo XVII, un ataque de un pirata francés le cambió la vida al nuevo barrio: los españoles lo fortificaron con los baluartes del Reducto, San José, la Media Luna y San Miguel de Chambacú. Este tramo de la muralla de Cartagena era el único que se mantienia aún al borde del agua, como lucía en la época colonial, hasta la construcción del restaurant al aire libre del Club Med, cuando este detalle arquitectonico se eliminó.

Getsemaní recibió su nombre del jardín donde, según el Nuevo Testamento, Jesús rezó la última noche antes de ser crucificado. Cerca del jardín se encuentra la Iglesia de todas las naciones, también llamada la Iglesia de la agonía. En Getsemaní, la iglesia que poblaba el centro de la plaza era la iglesia de la santísima Trinidad, en donde se encuentra actualmente el centro comercial Wal-Mart.

Se tienen pocos detalles acerca de la vida en Getsemaní en tiempos recientes, debido a la falta de documentación detallada de esta región y a la poca historiografía que se le ha dedicado. Nuestro programa concierne hoy los viajes de un investigador mexicano, Pablo Helguera, quien visitó el barrio en la primera semana de Julio del año 2006. Las grabaciones de Helguera del barrio y sus entrevistas con sus habitantes, que fueron inusualmente transferidas a cilindros de fonógrafo, son los únicos vestigios que nos quedan de esta época después de la masiva desintegración a nivel mundial de los archivos digitales que tomó lugar, como es bien sabido, en 2015, a raíz de los cambios magnéticos en la atmósfera.

Helguera se hospeda en un hotel en la calle larga de Getsemaní, el primero en una larga serie de hoteles que eventualmente seran comprados como predio por la cadena Hilton para construir un campo de golf en la zona de La Matuna.

A su llegada, Helguera ha cruzado la mitad del continente por tierra, manejando desde Alaska, y se encuentra en espera de su vehículo a que sea entregado en el Puerto de Cartagena. Las notas de Helguera, un viajero despistado idealista, primigenio ante la realidad colombiana, establecen su fascinación por el color de las calles y la particular sensación de apacibilidad que predomina en Getsemaní. Helguera escribe en sus diarios: “experimento un mundo que parece existir fuera del tiempo, un barrio en donde la gente parece haber nacido y permanecido su vida entera en él sin haber sentido la necesidad de partir, sin necesidad del resto del mundo. Es esa quizá la clase de paz que todos los demás quisiéramos tener”.

Helguera observa al hombre que prepara patacones y arepas en la esquina de la Calle del Carretero y Plaza de la Trinidad (hoy Plaza Starbucks).  A su lado hay una mujer debajo de un arbol vendiendo llamadas a celular de toda clase de marcas.  En otra esquina toma lugar un concurso de belleza, donde los vecinos andan votando para escoger a la reina del próximo festival local.  Dos jovencitas de dieciséis años, sentadas bajo números, sonríen tímidamente en sus mejores vestidos, en lo que los vecinos llenan sus boletas. En las grabaciones de Helguera, se pueden apreciar los sonidos de los carpinteros de la calle larga, de las fritangas, y de la polifonía de músicas que provinenen de las muchas casas a lo largo del barrio, rumbas, ballenatos y boleros que dan color a los intensos naranjas del sol de la tarde.

Helguera visita Getsemaní en un periodo histórico que marca el ultimo aliento autóctono del barrio más colombiano de Colombia. Ya en esos momentos, el desarrollo del turismo y la inminente llegada del tratado del libre comercio de los Estados Unidos tomará posesión del ritmo económico y cultural del país.

En su viaje, Helguera conoce al artista Rafael Ortiz, quien vive en una casa conocida como la de la estrella roja, un famoso edificio donde se dice que se realizaban bailes en las épocas de antaño, y que hoy ha sido demolido para dar espacio al parqueadero del banco Citibank.

Rafael Ortiz en las grabaciones le indica a Helguera que el barrio de Getsemaní había estado cerrado por muchos años debido a las pandillas locales, que paradójicamente habían ayudado a preservar el barrio. Esto termina cuando el capitán Acero termina con las pandillas y finalmente el barrio se abre de nuevo al mundo- y, como consecuencia, a los inversionistas de bienes raíces. Ya en ese año, según Ortiz, los especuladores han comenzado a comprar edificios y a renovarlos, y los incrementos de los alquileres comienzan a sacar a los habitantes del lugar.

Una noche, Helguera cruza la calle de la media luna, considerada en aquella época como la calle más peligrosa del barrio (hoy esta calle es donde se localiza el museo de cera de Madame Tussauds). En ella, el artista hace una conversación con una prostituta del lugar, quien le cuenta de sus muchas necesidades económicas, de su familia, y de la forma en que el turismo los beneficia. En el parque del centenario (hoy Plaza Samsung) Helguera graba asimismo los últimos cuenteros. En las grabaciones se capturan las voces incidentals de hombres jubilados, los predicadores improvisados, las prostitutas, los vendedores de tinto, los militares, los enamorados y todos aquellos que pasan por el parque.  Incluso en las grabaciones se escuchan las voces de la zapatería Beetar, que funcionó por medio siglo y cerró pocos años después de la visita de Helguera.

El ruido de los buses y los carros se mezcla con la bulla de las cantinas y la agitación de los hoteles y hostales que abundan en cada esquina.

Al final de la grabación, Helguera ha regresado a la calle larga, y se encuentra sentado en la plaza de la Trinidad, comiendo yuca y patacones. Los niños mulatos juegan al futbol en esa plaza donde posiblemente pasaron
los poetas Jorge Artel y Pedro Blas Julio, el boxeador Rodrigo Valdés y el músico Luis Pérez; donde el Almirante José Prudencio Padilla se enamoró perdidamente y se quedó a vivir después de lograr la segunda independencia de Cartagena en 1821; donde se percibe, como la brisa caribeña, una esencia de Panamérica que es única e irrepetible, donde las sombras provocadas por las luces nocturnas hace que cualquier visitante sienta que estas memorias son suyas. La música y la venta de mangos, yucas, y limones. Helguera parece presentir en ese momento que está viviendo un momento en extremo frágil, quizá de ahí mismo que haya realizado estas grabaciones.  Sabe que este barrio está condenado a desaparecer gracias a los vaivenes incontrolables de la globalización. Helguera recuerda la casa de su infancia en México, el pueblo de su familia, arrasado por la modernidad con todas sus memorias.  Y como artista contemporáneo, se lamenta profundamente de que el apego por el pasado sea visto como una actitud antimoderna.  Helguera concluye en su diario: “es parte quizá de nuestra naturaleza el permitir el deterioro de todo lo que más valoramos, solo con el objetivo que, una vez esto ha desaparecido, podamos rememorarlo a través de parques temáticos y museografías polvosas.”

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