Apéndice al Cuevario / Appendix to the Cuevario (2012)

[English version below]

 

El año debe de ser 1982. Tengo diez, once años.  Estamos en sobremesa, en casa de mi tío Enrique. En algún momento mi papá dice:

“Tenemos que encontrarle un maestro de arte a Pablo.  ¡Tiene aptitudes!”.

Mi tío propone: “ Pues lo llevamos con Cuevas”, con gran seguridad patriarcal.

Todos hablan como si yo no estuviera sentado en la mesa.

“¿Con José Luis Cuevas?” pregunta mi mamá.

“Si, con José Luis. Lo llevamos con Cuevas.”

Mi tía Elena, quien trabajaba en Radio Universidad organizando sus eventos culturales,  interviene.

“Yo lo llevo. José Luis viene todo el tiempo a Radio, yo lo presento, yo le digo, es amabilísimo, seguro lo hace con mucho gusto. Yo lo llevo.”

“¿Con Cuevas?” vuelve a decir mi mamá, a quien no parece gustarle la idea.

“Beatriz: yo lo lo llevo”, repite mi tía.

“Que lo lleven con Cuevas.”

***

Pocas semanas después estamos en Radio Universidad, en un coctel en la sala  fuera del auditorio Julián Carrillo, después de la presentación en homenaje a Octavio Paz donde que incluye una obra de Mario Lavista. La inauguración es concurrida y yo estoy con mi tía que es la organizadora del evento, ella como siempre muy elegante, y también como siempre como manojo de nervios para asegurarse que todo salga bien. En el coctel recuerdo que están toda clase de luminarias:  Paz y Marie Jo, Ramón Xirau, Rubén Bonifaz Nuño.  Tomás Mojarro está en un rincón conversando con unas personas, citando al Eclesiastés.

De repente aparece Cuevas, sonriente, con sus eternas pulseras de cuero. Tiene el pelo largo, patillas de los setenta (todavía), y un chaleco como de los que todavía usa Oscar Chávez. Me impresiona su presencia y energía.  De inmediato varias personas se le acercan y lo rodean.

“Ahí está José Luis”, dice mi tía. “Te lo voy a presentar. ¡José Luis! ¡José Luis!”

Mi tía me coge del hombro y me arrima hacia él. Cuevas está de espaldas hablando con alguien, muy involucrado en la conversación. Mi tía me tiene agarrado del hombro y estamos pacientemente esperando a que nos haga caso. Yo, renuente, estoy que me muero de la pena.

Finalmente Cuevas se voltea, pero no ve al niño chaparro frente a él.

“José Luis, te quiero presentar…”

En eso Cuevas ve a alguien detrás de mi tía, sonríe, alza los brazos y camina delante de nosotros para abrazar a esas otras personas. Yo me quedo con mi tía parado de lado, ridículamente esperando.

Finalmente mi tía, ocultando su vergüenza, me dice: “Mejor luego te lo presento. Ahorita está muy ocupado.”

Mi tía falleció en 1987, año en que me fui a San Carlos a estudiar. Luego me fui a Chicago en 1989.

Todavía nadie me presenta a Cuevas.

 

 

The year must be 1982. I am ten, eleven years old. We are in an after-dinner conversation in the house of my uncle Enrique.  At some point my dad says:

 

“We need to find an art teacher for Pablo. He has abilities.”

My uncle proposes, with great patriarchal self- assurance:

“we should take him with Cuevas”.

 

They all talk as if I wasn’t sitting at the table.

“With José Luis Cuevas?” my mom asks.

“Yes, with José Luis. Let’s take him with Cuevas.”

My aunt Elena, who works at Radio Universidad organizing its public programs, intervenes.

“I will take him. José Luis comes to Radio all the time. I will introduce him,, I will tell him, he is so nice, I am sure he will gladly accept. I’ll take him.”

“With Cuevas?” my mom says again, still incredulous.

“Take him with Cuevas.”

***

A few weeks later we are at Radio Universidad, at a reception outside of the Julián Carrillo Auditorium, after the presentation of a tribute to Octavio Paz where they played a piece by Mario Lavista. The event is well attended and I am with my aunt, who as usual is the organizer, as usual is very elegantly dressed and as usual is quite nervous, trying to make sure that all is going well. There are all sorts of luminaries at the reception: Paz himself with Marie Jo, Ramón Xirau, Rubén Bonifaz Nuño. Tomás Mojarro is in a corner talking to some people, quoting the Ecclesiastes.

At some point Cuevas appears, smiling, with his eternal leather bracelets. He has long hair, seventies-era sideburns (still), and a vest like those still work by Oscar Chávez.  I am impressed  by his presence and energy. Immediately, several people approach and surround him.

“There’s José Luis”, my aunt says. “Let me introduce you. José Luis! José Luis!”

My aunt grabs me from the shoulder and pushes me toward him. Cuevas is with his back to us, very involved talking with someone else. My aunt keeps me grabbed from the shoulder and we are patiently waiting for him to notice us. I am there, reluctant, dying of embarrassment.

Finally Cuevas turns around, but he doesn’t see the short kid standing in front of him.

“José Luis, I want to introduce  you to..”

At that moment, Cuevas notices someone right behind my aunt. He smiles, raises his arms and walks directly in front of us to embrace those people. I stay there, standing with my aunt on the side, ridiculously waiting.

Finally my aunt, hiding her embarrassment, says: “Maybe its better if I introduce you to him a bit later. He is very busy now.”

My aunt passed away in 1987, the year in which I went to San Carlos to study art. Then I went on to Chicago in 1989.

Still to this day no one has introduced me to Cuevas.

 

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