Onda Corta [fragmentos] (2012)

Onda Corta 

 

 


Prologo de Roberto Tejada

Jorge Pinto Books, 2012

Onda Corta is a short novel written in stream-of consciousness form in 50 short sections.

Onda Corta es una novela escrita a través de escritura automática, consistente en 50 secciones cortas.

 

 

1.

Dormitorio

La secadora de pelo ese martes no estaba de humor como para recoger

todas las sombras. Podríamos haber organizado una fabricación de un

bolován a las tres de la mañana mientras la maestra de física cantaba

canciones rumanas en 1978, pero no se sentía tan palaciega la

situación y los sostenes estaban demasiado apretados. Yo sólo me

quedaba flotando en la alberca observando esos ladrillos que

cambiaban de color y sugerían que Thomas Jefferson alguna vez pensó

en el color blanco y todo aquello que esto implica. No es posible ya el

ignorar la relación entre el shampoo chino contra la calvicie, de olor

ultravioleta, y ese tejado de juguete en el aeropuerto. Si tan solo no

fuéramos una serie de teclas tragadas por un gato, si tan solo

pudiéramos encontrar aquella flor satelital que contiene las siglas de

todos los personajes mágicos; nunca habría sido necesario mandar

nuestros sombreros de bodas a la sierra maestra, ni empotrarnos un

fonógrafo turco en la nuca para siempre; ni tampoco habría sido

posible ni siquiera imaginar la posibilidad de pensar en la remota

posibilidad de pensar en que la posibilidad de imaginar la remota

posibilidad de imaginar lo posiblemente posible. No quiero entrar en

ese salón donde aún quedan las rimas del gis, ni quiero volar de nuevo

con estas alas de piedra que el mecánico burocático nunca me ayudó a

pintar de color necesario para ocasionar el éxtasis. Solo a veces podría

ser una ficha bibliográfica encerrada en un mueble de caoba junto con

las tabletas cuneiformes y los perfumes de los arúspices, especialmente

reunidos para escuchar a las fuentes cómodas y seguras. Mi mano sin

que yo lo supiera se había transformado en una carriola, y el teclado de

mis dientes desarrolló pensamientos que inevitablemente me obligan a

tratar de arrullar a mi computadora a la hora del té. No lo digo por

falta de necedad, sino por deseo de ser pensado como un árbol donde

orinan todos los escritores famosos. No me dejen entrar; no me

imaginen, no me busquen en la luna, no me manden continentes a mi

casa. Solo quiero esa ventana enferma porque no es una marquesina.

Solo quiero acariciar este llavero de carey rosa que era antes todo lo

necesario para construir un palacio verde sin matices pero con tardes

de carrara. No sé donde está desde que se derrumbó la posibilidad de

comer tortas de columpio roto en la esquina, desde que la prisión está

en movimiento y se convierte en jirafa y en ensalada de plumas cuando

me distraigo. Algún día seré aquel que no enoja a las gardenias, que

plancha sus sombreros de forma colosal, que camina hacia atrás en

forma de fabulosos diptongos. Pero ahora que la cocina ya no es

australiana y no puedo encontrar ese documental de Bavaria por

ninguna parte, ni la peluca de piel de zorro, ni los boletos para la

tienda de zapatos, ni flores de plástico para aquel postre final que

comeremos lentísimamente con los ojos cerrados.

 

6. Camerino

Desperté en medio de una mañana medieval con olor a césped mojado.

El tocadiscos se había quedando tocando por trece años y como

resultado mis mascotas acuáticas habían perecido. La mañana estaba

más bien disfrazada de tarde y de perfume de Halloween con máscara

de goma de Drácula, como la que me puse una vez para impresionar a

las sirenas de mi infancia. Lentamente caminé por toda la carretera que

conducía al baño con todos los violines. Yo sabía que detrás de esta

puerta estaban las cumbres borrascosas, pero en aquellos tiempos era

un secreto. Estaba determinado en que este día no fuera un diapasón de

aquellos que se quedan enterrados para siempre. Oh, dijo la ardilla,

que ahora siempre duerme junto a mí. Recordé de inmediato que los

niños héroes triunfaron debido a que todos compraron una licuadora a

la hora indicada, antes de las rebajas. Pero yo no. ¿Cómo iba a poder

yo establecer vínculos circenses con el planeta marte a estas horas? Ni

siquiera la palomita de maíz me explicó que así no se hacen las

películas de Luis Buñuel. Pensé, por supuesto, de nuevo en Zarathustra

quien casi no existía en aquel entonces, o por lo menos esa es la

historia oficial. ¿En qué época vivo ahora? Ese, creo, es el problema

principal de este juego de billar que se autorrepite tantas veces en el

bar de mis cocos en Brooklyn y sin embargo nunca deja de generar

espuma morada en este bar en la esquina de una serie televisiva. De

cualquier manera en ese momento traté de hacer progreso, abriendo un

refrigerador que utilizaría como cápsula de tiempo, insertando algunos

manifiestos, manos de sirena, chicharrones y un mosco indostánico,

con el fin de que a la hora del congreso de la unión se sepa que las

coronas navideñas que portaba la cigarra siempre en la falda eran

absolutamente necesarias.

 

Pero era hora de regresar al Bazar, que esta mañana había amanecido

en el centro de Tegucigalpa, donde todo era de juguete — no de

juguete caro, por supuesto sino de juguete chino envenenado.

Recuerdo que yo llevaba puesto un automóvil blindado de poliéster.

Cuando encontré una pianola en el balcón central por supuesto pensé

en el energúmeno junto con todo lo que habría dicho- aunque en

realidad nunca lo conocí y no tengo la menor idea de lo que habría

dicho. Aún así organicé los vinos como siempre, en medio de un túnel

de azufre. A ratos salía mi tía, como suele salir una nuez sorpresiva

dentro de la colación. Un micrófono y un podio se erguían en medio de

la nada, y un pantano esperaba la llegada del hotel donde esperaban los

ejércitos de compradores. Siempre había hecho esta tarea, tan bien

memorizada desde el día en que las telenovelas se presentaban en la

ropería. Lo hago ya como un ser somnámbulo, como si no

existiéramos ya ni yo ni el universo. Sucede que no quedan ya

conductores de tren dentro de estos cazares, o más bien, nunca han

existido más que estampados en un gran jarrón. Por eso desde que

aparecí dentro de una cáscara de nuez los dioses me asignaron el papel

de maquillista. Como todo ser levemente extranjero en una ciudad

llena de artefactos y cédulas agropecuarias, me dí pronto cuenta que

era prisionero en un campo infinito del epacio, y que la única manera

de recobrar aquella libertad era renunciando a ella para así encontrar u

mundo mucho más pequeño que tuviera senido, hasta desaparecer. Por

cierto, ¿alguien me podría explicar en donde estoy?

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