Carta a Enrique Peña Nieto (2014)

Uno tiene que cuidar mejor a los niños.

Fritz Lang, M

10 de noviembre de 2014

Lic. Enrique Peña Nieto
Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos
Residencia Oficial de los Pinos
Casa Miguel Alemán,
San Miguel Chapultepec C.P. 11850 México, D. F..

Señor Presidente:

Esta es una de cientos, posiblemente miles de cartas que usted recibe a diario, de manera que las posibilidades de que algún día la lea son cercanas a cero. De cualquier manera hago el esfuerzo por razones que le conciernen más a usted que a mí como explicaré a continuación. Imagino que las cartas que usted recibe estos días son de recriminación, reclamo, regaño, o en contraste de apoyo incondicional y alabo, o, en épocas de desesperación como la que hoy vivimos, demandas, peticiones y hasta ruegos. Lo que tengo que decirle tiene un carácter muy diferente a todo lo anterior. Es, más bien, una premonición acerca de su propia vida.

Para los mexicanos de mi generación es casi inconcebible el considerar seriamente que un político nos representa, que considera nuestros intereses. Todos sabemos que la clase política es una clase de actores (literalmente) que fielmente ejecutan la retórica verbal y social de la democracia, mientras que el gobierno funciona como una maquinaria detrás, operando de formas obscuras y misteriosas. Aún así, entre muchos de nosotros sobrevive la lejana esperanza que alguno de estos actores políticos exhiba algún tipo de liderazgo, visión, o valentía que estos días sólo leemos en nuestros empolvados libros de historia nacional, en individuos que hoy parecen tan lejanos — Juárez, Zapata, Madero— que es difícil pensar que alguna vez fueron reales.

Esta brizna de esperanza que yo tenía se esfumó para siempre la noche anterior, cuando vi por las redes sociales un video tomado por celular de un padre de familia de Ayotzinapa cuando se reunieron en privado con usted hace unos días. En el video otro padre de familia, del cual solo vemos su espalda, se dirige a usted, con una autoridad, indignación y elocuencia que se incrementaban frase tras frase. Usted y su gabinete estaban sentados, mirándolo atentamente, en sus trajes oscuros y camisas blancas, sin corbata — un gesto, imagino, para borrar las barreras abismales entre gobierno y pueblo, pero que de extraña manera parecían exacerbarlas. Los padres sostenían pancartas con las imágenes de los rostros de sus hijos. Pero el rostro en el que me fijé en particular fue el de usted.

Pude percibir cómo su personaje, que las circunstancias llamaban a que mostrara consternación, empatía y atención, denotaba en cambio una mirada de terror, de extravío, como de un niño abandonado. Sabemos que las figuras políticas como usted sólo son la cabeza de un cuerpo complejo de intereses y por lo general sólo obedecen las direcciones en que el partido dicte. Pero es en crisis como estas, cuando aquellos que se pelean el control del partido no se pueden poner de acuerdo ni nadie tiene la solución, cuando uno como líder está verdaderamente solo, es cuando ocasionalmente se corre la cortina y se puede percibir lo que está detrás. Ese fue, confieso, para mí, el momento más aterrador de estos días: darme cuenta que ese detrás está vacío: que usted se siente tan impotente como yo; que los cien millones de mexicanos estamos completamente huérfanos de liderazgo, de protección, abandonados a nuestro destino que cada día es más trágico.

Pero le pido disculpas, pues el motivo de esta carta no es hablar de mí, ni del pueblo mexicano, sino de usted.

De hoy en adelante, su vida girará en torno a 43 imágenes — 43 rostros. Examínelos con detenimiento. Si no ha puesto atención, no importa: pronto habrá memorizado los rasgos de cada rostro, cada cicatriz, cada pequeña mancha en cada imagen. Notará los ojos de estos rostros, que parecen compartir un aire de familia: algunos llenos de determinación, otros atentos, pero todos mirando con aspiración hacia un futuro que ahora sabemos está truncado. Ahora lo único que miran es a nosotros, lo que nosotros les hemos hecho. Pero sobretodo lo están mirando a usted.

Sé muy bien que usted mismo se dice en las noches: yo no fui. Fue otro partido, fue otro individuo, fueron las circunstancias. Pero esto evade el hecho más importante: estos rostros representan a miles de mexicanos, cientos de miles de víctimas del sistema. Y usted es, en este momento, el vacío en el poder acumulado en un mal actor hacia el cual todos estamos mirando, y lo que vemos nosotros es ese vacío negro como las fosas donde están estos y miles de otros cuerpos.

Pero aparte de ese actor que a usted le toca representar, ese mandatario, a usted ahora como persona le toca que esos 43 rostros lo sigan todos los días por el resto de su vida. Se despertará con ellos y se irá a la cama con ellos. Aparecerán en cada muro, en cada pantalla, en cada habitación a la que usted entre. Los encontrará pintados, impresos, dibujados. Y tratará, desesperado, de borrarlos cada vez, pero volverán a aparecer. Sus hijos, y sus nietos crecerán y llegarán a la edad de esos rostros, y usted verá cómo felizmente progresan y se desenvuelven en esta vida en el trasfondo fantasmagórico de esas 43 miradas. Posiblemente, como han hecho otros, abandonará el país en algún momento para olvidar, pero los rostros estarán ahí para recibirlo.

No sé qué ofrecerle para mitigar el futuro que le espera, que, siento decirlo, pocos le van a compadecer. Es difícil escribirle a un político, porque es como escribirle a un personaje de ficción. No sé quien sea usted — y es posible que ni usted mismo lo sepa. Pero quizá esté equivocado yo y exista algo en usted que despierte, que contribuya a que nuestro país caiga permanentemente en el abismo.

En lo que le concierne personalmente a usted, queda claro que el mitigar dentro de lo posible esta aparente destrucción total de nuestro país quizá le ayude a tolerar el hecho de que cuando llegue el último de sus días, la última imagen que usted verá en vida serán la de estos 43 rostros, observándolo, preguntándole, pidiéndole una explicación.

Atentamente,

Pablo Helguera Lizalde.